jueves, 18 de marzo de 2010

Un domingo cualquiera

Necesitaba pan, complemento para mi almuerzo de ese día. No suelo cocinar los domingos al medio día, pero ese día me quería consentir. Todo estaba listo para ser preparado, pero ¿y el pan? Decidí entonces salir a buscar una panadería en domingo, ¿dónde la encontraría? a saber. Ya tenía ratos de no salir a caminar por la colonia que me vio crecer, bueno tenía años de no hacerlo. Ahora que estaba por el sector decidí dar una vuelta y voltear a ver esas calles donde hice y deshice y que casi toda la colonia ella me conociera gracias a la travesura de mis amigos y unos cartelitos en los postes de luz.
Pase por el portón de la casa de mi ex novia... wow, si ese marco de metal corroído por el tiempo pudiera hablar... memorias, memorias... Seguí mi rumbo como cuando tenía 15 años. Pase por la casa de ella, como me gustaba... era divina; ¿todavía existe esta casa?, ala gran si parece que la hubieran hecho cuando la colonia empezó; ¿Y será que todavía vive alguien aquí? La casa se mira muy descuidada, en fin, sigamos caminando.

Parecía como esos domingos en los que nos preparábamos para ir a la junta en la casa parroquial, una alegría de salir y juntarnos un domingo cualquiera a hacer algo que nos gustaba, divertirnos sin importar el límite de la aventura. Pero esta vez,ya habíamos crecido. Ya no había nadie en aquel lugar. La iglesia había cerrado su portón y ahora todos entran por una puerta pequeña. Pareciera que dijera, aquí no todos son bienvenidos, o nos reservamos el derecho de admisión.Cómo cambian las cosas.
Recordaba como todas las mañanas de vacas salíamos en grupo a correr... supuestamente. Más que todo era para seguir platicando y caminando, que eso del ejercicio no era muy importante en ese tiempo. Pero ya no es así, ahora son más los viejitos los que siguen juntando por la mañana y no solamente en vacasiones, o ¿será que alguno de nosotros está tan viejo que no lo reconosco?. Fueron buenos recuerdos, desde los paseos en bici, las guerras de canchinflines, algo tan tranquilo como platicar en la puerta de la casa de ella o sentados en la banqueta contando las estrellas y hablando cualquier cursilería posible.

Pero todo eso cambió el lunes, almorzaba en la casa de mis papás y de repente 5 balazos interrumpieron el silencio. Nadie gritó, nadie salió corriendo y nadie aceleró.
Al salir de regreso para la oficina y despedirme de mi viejo, me alcanzaron las sirenas de las ambulancias. Un cristiano yacía muerto en la esquina opuesta a la casa de mis padres. Nadie conocía su nombre, nadie sabia bien a que se dedicaba. Llegaron los curiosos pero no se quedaron por mucho tiempo como suele suceder. Llegaban, veían el cadáver y se iban. Triste, eso nublo el recuerdo de aquella colonia que todavía tiene a muchos niños que verá crecer. Esperemos que no sea encerrados y privados de la alegría de hacerlo al aire libre.

1 comentario:

Duffboy dijo...

Es triste cuando la pólvora y la sangre se hacen tan cotidianos como el charita de la esquina o el carro lleno de hojas, con las llantas desinfladas. Siempre habrán avenidas en las cuales podamos refugiarnos del mal, algún que otro callejón libre de culpa.